Los accidentes de tráfico no son ni mucho menos nada nuevo. Es más, por si no lo sabías, la primera muerte documentada por un atropello tuvo lugar el lunes 17 de agosto de 1896, cuando Arthur James Edsell atropelló con un Roger-Benz a Bridget Driscoll cuando se dirigía junto a su hija adolescente May y su amiga Elizabeth Murphy al Crystal Palace de Londres.
Cuenta la historia que Edsell conducía por los jardines del palacio a una velocidad intempestiva ¡Más de 10 kilómetros por hora! Siendo la velocidad máxima permitida de 6,4 km/h. Estas cifras hoy nos pueden parecer irrisorias, pero cuando apenas había un puñado de vehículos en las calles, nadie esperaba que pudiese morir atropellado por un exceso de velocidad.
A partir de aquél momento, diversas empresas comenzaron a investigar cómo podían acabar con los atropellos, encontrándonos con uno de los inventos más originales a mediados de la década de 1920: el Pedestrian Catcher o ‘receptor de peatones’ en castellano. A lo largo de los años hubo varias propuestas similares, así que empecemos por los inicios.
El Nationaal Archief en La Haya nos revela que los primeros «dispositivos de rescate» para «reducir el número de víctimas entre los peatones« por atropello tuvieron lugar en París en 1924, cuando se comenzó a probar una especie de pala en el frontal de algunos vehículos que recogiese a los peatones en caso de colisión (imagen superior).
Algo similar empezaron a probar en 1927 en Berlín. En este caso y, como podemos ver en el vídeo superior, se trataba de una red que se desplegaba en el momento en el que el vehículo atropellaba al peatón, como si de un airbag se tratase. Desde luego, muy práctico no parece, porque el paragolpes primero golpeaba en los tobillos al peatón.
Una de las propuestas más recientes data de 1931, tal y como recoge Modern Mechanix, publicación que en su día señalaba «este dispositivo de seguridad con ruedas barre a los peatones caídos«. En este caso, el dispositivo «barrerá a un peatón caído delante de él y, por lo tanto, lo salvará de ser aplastado hasta una muerte casi segura bajo las pesadas ruedas«.
Se trataba de un rodillo ranurado (imagen superior) unido a una barra ubicada en el frontal del automóvil. Inactivo, actuaba como un parachoques, pero ante el riesgo de atropellar a un peatón, el conductor debía tirar de una palanca para que este se desplegara a la altura del suelo. Podría llegar a ser efectivo, pero claro, solo si el conductor se daba cuenta a tiempo…
British Pathé nos descubre nuevas pruebas unos años después, en 1939, cuando se probó una especie de lona desplegable (vídeo inferior) que funcionaba igual que el anterior rodillo: «Un movimiento de la palanca y la lona se abre. Cuando la lona está abierta, un imprudente peatón no puede ser atropellado, y a veces eso es más de lo que se merece«.
Finalmente, el paso de los años demostró que este tipo de sistemas no salvaba tantas vidas como se pensaba, ya que un despiste del conductor, una velocidad elevada o un atropelló que no fuese con la parte central del paragolpes tenían un efecto mortal sobre los peatones, así que nunca llegaron a comercializarse (y menos mal).